LA ERMITA NUEVA

    La brisa despeinaba las banderas. Desde la suave colina se divisaba la serenidad del valle. Una procesión multicolor de autos subía por el polvoriento camino que conduce a la ermita desde el pueblo. Fuente la Lancha, abajo, tendido junto a la armónica ladera, iba llenando de sol el silencios aljibe de sus calles solitarias. Todo el pueblo había subido hacia la ermita, para dar cálida compañía a la Virgencita de Guía, su Madre y Señora. La ermita estrenada, alzada donde se inicia la dehesa, estaba atascada de files. Sonaba lánguidamente el altavoz del templo, y el campo iba inundándose de una  mansedumbre azul, de un melodioso fervor que, a pesar del espero murmullo de las gentes, invitaba a la reflexión y al recogimiento.

   Rozando el mediodía llegaron las autoridades. Las tres banderas (la andaluza, la española y la europea) se agitaron, rozadas por la brisa del oeste, dándoles la bienvenida. Instantes después de produjo la anhelada inauguración del sagrado recinto. Temblaron voces rocieras dentro del templo y la misa fue discurriendo serenamente. Habían llegado gentes de otros pueblos del Valle: de Hinojosa, de Villanueva del Duque, de Alcaracejos… Los vecinos de Fuente la Lancha se sentían felices y orgullosos de poder disfrutar su ermita nueva. En sus ojos se adivinaba la placidez y la alegría. Las gentes de Fuente la Lancha son gentes humildes y acogedoras, gentes que entregan su cálida hospitalidad a todo aquel que acude a visitar su pueblo. Raza sobria y sencilla, trabajadora, atada al dorado rumor de su terruño.

     Terminada la función religiosa, muchas familias, aprovechando la bonanza del día, se dispusieron a merendar, tomando asiento bajo la acogedora sombra del encinar que se espesa hacia el sureste. La corporación municipal obsequió con un selecto ágape a invitados y autoridades venidos desde fuera. en el ambiente se mezclaban aromas y sonidos, música rociera, brisa celeste y palmas. Mientras tanto, la ermita, blanca y dulce, como una novia de suave piedra y cal, recortaba su silueta en el azul sin límite del cielo. La alegría inundaba la dehesa.